7 de septiembre del año del señor de 2025

7 de septiembre del año del señor de 2025

Ya bien entrado el siglo XXI, en la línea de tiro del campo del campo de Ander Deuna, se agolpa un nutrido grupo de arqueros afanados en practicar su técnica e imbuidos en un estado de concentración casi catártico.  Arqueros y arqueras, hijos e hijas de su tiempo. Sus arcos hablan de carbono, fibra, aluminio, titanio, poleas y utilizan artilugios como botones, clikers, estabilizadores, visores… Arcos más parecidos a una Mantis Religiosa que aquellos arcos que pintábamos de pequeños en el cole. A su alrededor pulula Katxen, nuestro druida en las artes arqueriles. Se empeña en que sus pupilos y pupilas adquieran las diferentes técnicas de forma aséptica y ajustada a las buenas prácticas y a la ortodoxia de la arquería moderna. Les persigue de forma impenitente e incansable con frases como: “No agarres el arco”, “junta los omoplatos”, “ancla y cuenta hasta tres antes de soltar” y con palabras en idiomas extranjeros como “set, setup, drawn, anchor, transfer o follow through”. Y si el pupilo de turno no consigue atinar en el amarillo y el gesto de desesperación comienza a parecer en su mirada, nuestro druida detiene su deambular frente a él, posa su dedo índice mágico sobre su paletilla y le dice: “Sientes mi dedo? Abre el arco y ancla, pero no sueltes hasta que yo te lo indique”. Transcurridos unos segundos, le da la orden de realizar la suelta y la flecha va directa al amarillo. El pupilo se gira con cara de asombro, buscando una explicación en los ojos de Katxen y este con una sonrisilla socarrona que le asoma por la comisura de sus labios sentencia: “Qué buenos somos!!!”.

Al final de la línea de tiro, allá por la calle 16, reside un grupeto de arqueros que se asemejan a la némesis del resto de las personas que habitan las otras calles. Sus arcos hablan de fresno, tejo, bambú…  se asemejan más a un palo tensado con una cuerda y carecen de los apéndices robóticos que abundan en otras calles de la línea. Sus técnicas tan variopintas como poco ortodoxas, y digo “técnicas” y no “técnica” porque cada arquero busca su forma de lanzar flechas, aquella que se acopla mejor a sus características anatómicas y a la de su arco. Una forma de tirar que lleva a persona y arco a una simbiosis y armonía, obteniendo el mayor rendimiento y acierto en cada disparo. Ellos colocan la flecha en el arco, lo cargan, alinean la flecha hacia el blanco, sienten que la armonía entre el arco, la flecha y todos y cada uno de sus músculos y dispara. Puede que encomendándose algún Dios o Rey para que interceda y atine el disparo… Un grupeto ruidoso, siempre dispuesto a la chanza, trampas y a compartir tenedor y mantel. Los chicos del LongBow les llaman.

Este equilibrio materia-antimateria se mantiene intacto durante 364 días al año, 365 en aquellos que son bisiestos. Y durante un día, solamente un día, y como si de una máquina del tiempo se tratara… amanecemos directamente en el siglo XI. El primer domingo de septiembre… llega la “Tirada Medieval”.  Y por arte de birlibirloque, los arcos pierden todos sus apéndices, las personas cambian la ropa técnica por túnicas, gambesones y sobrevestas. Incluso nuestro druida Katxen renuncia a la ortodoxia y al método y se transforma en el mismísimo Goliath, unos de los incondicionales amigos de mi querido “Capitán Trueno”, con parche y todo.

Este año, el pasado siete de septiembre celebramos la “Tirada Medieval”. Concurrimos 20 participantes entre caballeros, señores feudales, escuderos, pajes y algún monje benedictino.

El día amaneció raso y nuestra estrella particular, el sol, decidió obsequiarnos con un día caluroso y radiante más propio del siglo XXI que de los oscuros años de la alta edad media. Todas las personas asistentes colaboramos, como si se tratara de construir la mismísima catedral de Burgos, en la preparación de todo lo necesario para desarrollar las justas y torneos, bajo la dirección de nuestro ya mencionado druida Katxen y nuestro Gran Maestre Cesar.

Una vez preparado el campo de batalla, el Gran Maestre Cesar nos distribuyó en 3 ejércitos asignando a cada uno una misión diferente. La primera de ellas, denominada “la caza” versaba en abatir varios aminales de “corcho-pan” de tamaños desiguales y situados a diferentes distancias desconocidas durante no más de minuto y medio. A cada arquero solamente le puntuaba la primera flecha que atinara a cada animal, de forma que si por ventura acertara varias veces al mismo solo obtendría un punto a cambio.

El segundo, “La batalla” consistía en enfrentarnos a un ejército de caballeros, aunque a mí más se me asemejaban a un pelotón de “Sancho Panzas” que caballeros de la mesa redonda, situados a diferentes distancias y durante minuto y medio. Al igual que en la primera misión, solamente la primera flecha por caballero otorgaría el don de sumar uno a la puntuación.

Por último, “el odre”, consistía en descerrajar la mayor cantidad de flechas posibles, en el ya mencionado minuto y medio, contra dos odres que colgaban frente al puente levadizo del castillo.

Cada ejercito debería de acometer dos veces cada desafío antes de poder degustar las viandas que nuestro Gran Maestre Cesar había acordado con la intendencia. Y allí nos fuimos cada patrulla al punto de encuentro acordado dispuestos a velar armas y encomendar nuestras almas a San Crispín. Con cada llamada del cuerno de batalla del Gran Maestre Cesar, partíamos raudos a cumplir la misión asignada a cada grupo. Lo cierto es que, aunque había caballeros solícitos que salían a un galope desaforado, otros, como un servidor, más parecía salir al trote… Porque como es bien sabido: “… los caballeros caminan, nunca corren…”. Una vez terminada la primera justa, caballeros, señores feudales, escuderos, pajes y algún monje benedictino se dieron cita alrededor de las viandas, dando buena cuenta de todo aquello comestible y bebestible que encontrábamos a nuestro paso.

Tras el asueto, volvimos a la lucha. Esta vez, con el objetivo de ensartar con nuestras flechas una bandada de aves situadas a una distancia desconocida. 5 andanadas de 6 flechas cada una. Un punto por cada pájaro abatido y 2 si es alcanzado en el corazón.

Lo cierto es que una parte de las personas participantes se afanaron desde el primer instante en obtener los mejores resultados posibles y poner al servicio de sus arcos todo su talento, energía y entusiasmo. No menos cierto es que hubo otras, incluido su fiel servidor, que dedicaron a tareas más prosaicas y cercanas a la jardinería. Plantando flechas en el campo de batalla a diestro y siniestro. Quizás con la esperanza de que lleguen a arraigar y en un futuro brote un árbol de flechas o simplemente con la idea de que el propio campo de batalla, gracias su magnificencia nos las devuelva dentro de alguna luna que otra.

Y como dice el bueno de Silvio Rodríguez: “… y cuando llego el tiempo de resumir…”, el Gran Maestre Cesar, haciendo uso de su enorme sabiduría y diligencia, convocó a todas las huestes para obsequiar a los ganadores con dadivas y regalos en consonancia con las habilidades demostradas en el campo del honor. Y así, entregó el primer premio a Sir Mikel, vestido con sobrevesta bicolor y portando dos leones rampantes propias de su rango. En segundo lugar, Don Jon de la casa de Gómez, luciendo su escudo de armas sobra una sobrevesta nívea. En tercer puesto, Alberto, sin Sir ni Don, Alberto a secas. Un morador del bosque de Sherwood compañero de fatigas de Robin y el pequeño Juan, héroes para unos y villanos para otros y clarinetista en otra vida paralela. También hubo recompensa para las aspirantes a arqueras, siendo la princesa celta Irati de la tribu Gamizensis y  Sir Javi de la casa de Amann la primera y el segundo clasificado.

Y así, después de unos cuantos “hip, hip, ¡¡¡¡hurra!!!!” se disolvió la compañía, no sin antes recoger y limpiar todo el campo de los restos y suciedades producto del fragor de la batalla y volviendo de sopetón al siglo XII.

Un último apunte mis querido lectores, antes de finalizar este humilde relato, si por ventura acudieran al campo de tiro de Ander Deuna y sintiera curiosidad por esto del siglo XI, siga la línea de tiro hasta la calle 16 y encontrará al grupo de irreductibles de LongBow a la espera de la próxima “Tirada Medieval”.

A sus pies-es